lunes, 25 de agosto de 2025

El 3 de mayo en Madrid - Francisco de Goya

El 3 de mayo en Madrid (también conocido como El 3 de mayo de 1808 en MadridLos fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío Los fusilamientos del tres de mayo​) es un cuadro del pintor español Francisco de Goya terminado en 1814 que se conserva en el Museo del Prado (Madrid, España). La intención de Goya era plasmar la lucha del pueblo español contra la dominación francesa en el marco del levantamiento del dos de mayo, al comienzo de la guerra de Independencia española

Su pareja es El dos de mayo de 1808 en Madrid —también llamada La carga de los mamelucos—. Ambos cuadros de la misma época y corriente tienen la técnica y cromatismos propios del Goya maduro. Goya sugirió el encargo de estos cuadros de gran formato a la regencia liberal de Luis María de Borbón y Vallabriga, antes de la llegada del rey Fernando VII. Se decía que adornaron un arco del triunfo dedicado al rey en la Puerta de Alcalá. Sobre ello se tienen relatos que narran la entrada de Fernando VII a Madrid, que afirman:

La mañana del 13 de mayo llega Fernando a Madrid. Entra por la puerta de Atocha y se detiene en la de Alcalá, de los arcos cubiertos de rosas penden dos grandes cuadros de Goya, encargados por el regente Luis María: El dos de mayo en Madrid y Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, el tres de mayo de 1808. Se detiene el monarca a admirar las pinturas por un momento, luego continúa el paseo triunfante, en su tétrica carroza negra.
Biografía de Luis María de Borbón, regente de España​

Últimas investigaciones lo desmienten. En cualquier caso, la intención de Goya para hacer estos cuadros queda plasmada en una carta autógrafa del aragonés:

Siento ardientes deseos de perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa.—Ápud Glendinning (2005), pág. 120.​

La oscura pintura muestra imágenes fuertes y crea el arquetipo del horror en la pintura española, que Goya aprovechó en esa época para sus aguafuertes titulados Los desastres de la guerra.

El 3 de mayo de 1808 ha inspirado numerosos cuadros, como El fusilamiento de Maximiliano, de Édouard Manet, así como otras obras de éste relativas a la acción bélica. Guernica y Masacre en Corea son las dos obras de Pablo Picasso en que se aprecia la influencia de Los fusilamientos.

En la década de 1850 el pintor José de Madrazo —entonces director del Prado— puso en duda que Goya hubiese pintado este lienzo. Afirmó que «el cuadro es de calidad muy inferior a otros retratos del maestro Goya». Décadas después, durante el apogeo del impresionismo y del Romanticismo, adquirió fama mundial al ser considerada antecedente directo de tales estilos. 

La obra fue trasladada a Valencia en 1937 junto con todo el fondo del Museo para evitar posibles daños durante la Guerra Civil, pero durante el trayecto la obra sufrió un accidente. Los desperfectos se fueron reparando gracias a las restauraciones emprendidas en 1938, 1939, 1941 y 2008. En esta última restauración, realizada por Clara Quintanilla, se ha procedido a la limpieza y restauración completa del cuadro, a base de rebajar los barnices amarillentos que cubrían gran parte de la obra y se han reintegrado algunas partes que resultaron dañadas en el accidente.

Contexto histórico

El dos de mayo de 1808 en Madrid, pareja de Los fusilamientos. En ambos se representa la pelea de los españoles contra las tropas de Francia, así como la represión que los invasores usarán a modo de escarmiento.

Napoleón Bonaparte se autoproclamó cónsul de la Primera República Francesa el 18 de febrero de 1799, y en 1804 Pío VII le coronó emperador. España controlaba el acceso al mar Mediterráneo y poseía varias colonias, por lo que era un punto crucial en el mapa europeo que los franceses debían dominar cuanto antes. Carlos IV, un hombre abúlico y desinteresado por el gobierno, era el rey de España desde 1788. La reina María Luisa de Parma y su supuesto amante, el primer ministro Manuel Godoy, manejaban el reino.

Napoleón tomó ventaja de la situación y propuso al gobierno español conquistar Portugal y repartirlo entre ambas naciones. 

El Príncipe de la Paz —como se conocía a Godoy— negoció el trato y poco después aceptó gustoso la oferta, y permitió a los franceses penetrar en territorio español. Sin embargo, las verdaderas intenciones del emperador eran otras, conquistar España y Portugal en simultáneo y situar a su hermano José Bonaparte —desde 1806, soberano de Nápoles— a la cabeza de ambos reinos. Pero el acuerdo casi subrepticio de Godoy con el Primer Imperio Francés desató descontento en esferas de la sociedad española, lo cual fue capitalizado por el príncipe Fernando de Borbón, acérrimo adversario de Godoy. Junto a otras personalidades del gobierno, como el infante Antonio Pascual, Fernando entendió que era un plan de los franceses para hacerse con el reino y pensó en asesinar al ministro e incluso a sus padres, para tomar el poder y sacar a las tropas de Napoleón.​

Retrato de Manuel Godoy, por Goya (1801).

Más de 20 000 soldados franceses entraron a España en noviembre de 1807, con la misión de reforzar al ejército hispano para atacar Portugal. Los españoles no opusieron resistencia y permitieron su libre tránsito.​

Hacia febrero de 1808, los auténticos planes de Napoleón comenzaron a saberse y hubo pequeños brotes de rebeldía en varias partes de España, como Zaragoza.

Joaquín Murat, comandante de las fuerzas francesas, creía que España reaccionaría mejor bajo el mando de José I de Nápoles, hermano de Napoleón, que gobernada por Carlos IV o por su hijo Fernando. Así lo expresó al emperador en una carta del 1 de marzo de 1808.

En marzo se produjo el motín de Aranjuez. Carlos IV debió destituir a Godoy, quien debió salir del país por temor a morir linchado a manos del pueblo. Obligado por la penosa situación, el rey abdicó y Fernando se convirtió en el nuevo monarca español. Al conocer los sucesos en España, Napoleón se precipitó y aprehendió a Fernando VII, que debió devolver la corona a su padre y este la puso en manos del francés. Napoleón traspasó la corona a su hermano y desde el 6 de junio de 1808, José Bonaparte fue rey de España.

El pueblo español había aceptado gobernantes extranjeros en el pasado —la Casa de Borbón en 1700, con Felipe de Anjou (luego Felipe V) como rey—, pero esta vez no estaba dispuesto a permitir una ocupación francesa. El lunes dos de mayo, el gobierno invasor decretó la salida de los últimos miembros de la familia real, entre ellos los infantes María Luisa y Francisco de Paula. Al percatarse, el cerrajero Blas Molina gritó al pueblo: «¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todos los miembros de la familia real! ¡Muerte a los franceses!». Comenzó el levantamiento. Murat escribió a José Bonaparte que «el pueblo de Madrid se ha levantado en armas, dándose al saqueo y a la barbarie. Corrieron ríos de sangre francesa. El ejército demanda venganza. Todos los saqueadores han sido arrestados y serán fusilados».​ 

Tal como escribió el general, esa noche comenzó en la capital una implacable persecución de presuntos sublevados. Cualquiera que llevase una navaja —común entre los artesanos madrileños— era arrestado y condenado a muerte sin juicio. Las ejecuciones se realizaron a las cuatro de la mañana en RecoletosPríncipe Pío, la puerta del SolLa Moncloa, el paseo del Prado y la puerta de Alcalá.

Cerca de allí se encontraba la montaña del Príncipe Pío, donde se dieron los sucesos que inspiraron a Francisco de Goya para la obra que emprendería un lustro más tarde. Días después, la población de Madrid tenía en un altísimo concepto de heroicidad a los caídos la noche del 3 de mayo. Tiempo después circularon estampas en las que conmemoraba su lucha contra Napoleón —visto ya como la personificación del Anticristo católico—.

La vasta mayoría de los ejecutados en Príncipe Pío —actual plaza de España— eran condenados por una Comisión Militar que no les concedía derecho a defensa, aunque casi todos los rehenes habían participado en la insurrección y se les aprehendió con las armas en la mano. ​Goya debió documentarse mucho para sus obras —como era habitual en él— y para ello utilizó testimonios de presos que lograron fugar, como uno que huyó hacia la ribera del Manzanares.

El pintor conmemorará los hechos acaecidos en la reyerta del dos de mayo en La carga de los mamelucos, donde un grupo de milicianos franceses a caballo pelean contra el pueblo sublevado en la puerta del Sol, escenario de varias horas de fiero combate.

​Muchos de los rebeldes fueron sofocados, arrestados y fusilados en las localidades cercanas a Madrid durante los días siguientes, hecho que representa El tres de mayo de 1808. La oposición española persistió durante los siguientes cinco años, en forma de una dura guerra de guerrillas.​ 

Tiempo más tarde unieron sus ejércitos con portugueses y británicos, bajo la dirección de Arthur Wellesleyduque de Wellington —militar que tuvo su «bautizo de fuego» en la Península hacia agosto de 1808—. Como ya se ha dicho, en la época en la que Goya concibió este cuadro los españoles habían mitificado a tal extremo a los rebeldes de mayo de 1808 que eran ya sinónimo de patriotismo y heroísmo.​

Yo lo vi, lámina 44 de Los desastres de la guerra, h. 1810-1812. Con estos aguafuertes, Goya pretende testimoniar el momento histórico que vive, a semejanza de una crónica.

Como otros españoles de ideas liberales y próximas a las de la revolución francesa —llamados, casi en forma peyorativa, «afrancesados», en referencia a su supuesta simpatía por Bonaparte—,​ Goya mantenía una difícil postura ante la invasión francesa, puesto que mantenía esperanzas de que España sufriese cambios similares a los que vivió el vecino país años atrás, al tiempo que se sentía herido en su orgullo español.​

 Compartía esta visión con amigos intelectuales como Juan Meléndez Valdés y Leandro Fernández de Moratín. Un autorretrato de Goya de 1798 fue regalado al embajador francés Ferdinand Guillemardet, quien profesaba al aragonés una gran admiración.

Para mantener su puesto de pintor de cámara, Goya debió servir a José I Bonaparte —véase la Alegoría de la villa de Madrid—, a pesar de que siempre ha sentido un desprecio por la autoridad y llega a degradarla en sus retratos.​ Mientras tanto, es testigo de la forma en que sus compatriotas pelean ante los franceses, lo que motivará algunas obras en que refleja la crueldad de los actos bélicos. Celebérrimo es El coloso —basado en los horrores físicos de la invasión y en La profecía del Pirineo, poesía de Juan Bautista Arriaza—. Las acciones de la lucha hispanofrancesa le inspiran a grabar la serie conocida como Los desastres de la guerra (1810-1815).​

Y no hay remedio.

En febrero de 1814 los franceses fueron expulsados de España y Goya aprovechó para escribir una carta —fechada el día 24— al gobierno provisional, presidido por Luis María de Borbón y Vallabriga, donde propuso la realización de una pintura que pudiese «perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa». ​Ello no obsta para que Mena considerase que «no existe documentación relevante, para aclarar si la idea de estos grandes lienzos partió de Goya. 

Su carta, que no se conserva, pudo haber sido su contestación y sus condiciones económicas a un encargo de la regencia de preparar una serie de lienzos conmemorativos de la defensa contra Napoleón, ante el inminente regreso de Fernando VII, que entraba en Madrid el 19 de mayo de ese año». Así, el 9 de marzo la Tesorería le informaba, a fin de que comenzara a trabajar cuanto antes en sus cuadros:

En consideración a la grande importancia de tan loable empresa y la notoria capacidad del dicho profesor para desempeñarla, ha tenido á bien admitir su propuesta y mandar en consecuencia que mientras el mencionado Dn. Francisco Goya este empleado en este trabaxo, se le satisfaga por Tesorería mayor, además de lo que por sus cuentas resulte invertido en lienzos, aparejos y colores, la cantidad de mil y quinientos reales de vellon mensuales por via de compensación.
Carta de un oficial de la Tesorería a Francisco de Goya, 9 de marzo de 1814.

A pesar de no conocerse si presenció o no las revueltas y fusilamientoshan existido muchos intentos de probar que así fue. Por aquel tiempo el aragonés habitaba una casa en la esquina de la Puerta del Sol, marco de la más brutal matanza del pronunciamiento. Supone Antonio de Trueba que el pintor presenció los eventos de mayo de 1808. Esto se lo habría contado Isidoro Trucha, el jardinero de Goya, que afirma haber acompañado al pintor durante la noche de la masacre a observar los cuerpos ejecutados. 

El testimonio de Trucha es reconstruido por Trueba: «en medio de charcos de sangre vimos una porción de cadáveres, unos boca abajo, otros boca arriba, en la postura del que estando arrodillado, besa la tierra, otro con las manos levantadas al suelo, que pide venganza o tal vez misericordia».

Es probable que sea verídico, pues la narración incluye la descripción de «un personaje temeroso y mordiéndose los puños» y «un charco de sangre», que en el cuadro Goya pintará con gran realismo.

Fuente Wikipedia

No hay comentarios:

Publicar un comentario