Murillo no tardó en identificar el tipo de pinturas con las que se sentía más a gusto, pues le daban ocasión para demostrar sus habilidades narrativas, eran magníficamente acogidas por gran parte de la clientela local y, según sus biógrafos, se adaptaban plenamente a su carácter: se trata de escenas religiosas de carácter tierno, interpretadas por personajes en los que se mezcla, de forma muy característica, la idealización con las referencias realistas, y en las que lo devoto o lo sobrenatural se inscribe en un contexto de encantadora cotidianeidad.