martes, 26 de agosto de 2025

Una huelga de obreros en Vizcaya - Vicente Cutanda y Toraya

Las reivindicaciones sociales saltaron de la realidad al arte español a partir del siglo XIX, especialmente por motivo de las revoluciones industriales y el cambio de contexto laboral que provocó, plasmando la realidad en estos ambientes, ennobleciendo sus preocupaciones en una serie de cuadros inspirados en las huelgas de los trabajadores de los altos hornos, como en “Epílogo” (P6647). Estos asuntos fueron asimismo objeto del interés de otros artistas, que emplearon una vía más expresiva y dramática, como Juan Luna, José Uría o Manuel Villegas.

La intensa industrialización de Bilbao favoreció que allí se produjeran numerosas huelgas. La declarada el 13 de mayo de 1890, originada por el despido de cinco obreros de la empresa La Orconera debido a su participación en la organización del Día del Trabajo el 1 de mayo, supuso el inicio de la conflictividad laboral en Bilbao. Con nuevos episodios huelguísticos en los años siguientes, se impulsó la organización de los obreros en Vizcaya y favoreció el auge del Partido Socialista, protagonista en ella.

Cutanda encontró en las huelgas un tema candente que había dado protagonismo a la cuestión social en el contexto español de su tiempo. Convenía a su estilo expresivo y sintético, que le había hecho fijarse en la obra de Eduardo Rosales al comienzo de su carrera, y eligió ese asunto para su cuadro “Una huelga de obreros en Vizcaya” presentado a la Exposición, Internacional de Bellas Artes de 1892 en Madrid, donde obtuvo una primera medalla.

Cutanda se especializó en motivos de luchas obreras para revistas ilustradas por influencia del pintor Dudley Hardy, quién también era ilustrador y su cuadro desaparecido “The Dock Strike” de 1889 le sirvió como paradigma. Para proveerse de referencias el artista visitó, a partir de finales de 1890 o principios de 1891 las fábricas de Le Creusot (Borgoña-Franco Condado), Burdeos y Bilbao. Allí se ocupó de estudiar los escenarios del trabajo y también a los obreros, no solo en su aspecto exterior o dedicación, sino en relación con su posición en la lucha social: «para de este modo poder caracterizar al anarquista, al obrero templado, al obrero que sin voluntad propia va a donde los exaltados le llevan, y tantos otros que matizan esa gran colectividad de trabajadores». El objetivo de una representación fiel de los trabajadores en función de su conciencia social resultaba completamente nuevo en España. Sin embargo, aunque había visitado varios centros mineros y metalúrgicos, quiso emplazar en Bilbao su pintura y de ahí el cambio del título, fruto del estudio continuado del natural de aquellos obreros.

En noviembre de 1891 el pintor estaba ocupado ya en la ejecución del gran lienzo, que iba a titular “La huelga”. Sin embargo, aunque había visitado varios centros mineros y metalúrgicos, quiso emplazar en Bilbao su pintura y de ahí el cambio del título, fruto del estudio continuado del natural de aquellos obreros. A ese espíritu debía corresponder el dibujo a pluma “Un minero vizcaíno”, «briosamente hecho» que el artista había enviado en octubre a la redacción de El Liberal para una exposición en beneficio de los afectados por las inundaciones de Consuegra y Almería que tendría lugar el 17 de diciembre en los salones Bosch de Madrid. Se señalaba entonces, en efecto, la pretensión del artista de «estereotipar físicamente el verdadero tipo de nuestros obreros vizcaínos, huyendo de la vulgaridad puesta en boga por los servilistas de no escoger el modelo, antes al contrario, con verdadera escrupulosidad estética hizo su trabajo de selección».

En el mes de agosto, el cuadro, ambientado en los Altos Hornos, estaba ya terminado en su estudio de Zaragoza (ciudad que, con la de Bilbao, se nombra en el lienzo tras la firma), situado en la plaza de las Eras, junto al granero que se llamó el Cabildo de la Diezma. La pintura tenía ya su moldura que imitaba, en madera, planchas de hierro roblonado, que en la Exposición de Bellas Artes se creyó de este mineral10, tal era su efecto.

Cutanda trató su asunto con un equilibrio entre el espacio destinado a los fondos metalúrgicos, en la parte superior, y el de los obreros. Los tres del centro introducen la composición que se desarrolla con dinamismo para converger en la figura del orador, cuya silueta oscura sobre el fondo claro se rodea de los brazos alzados de sus compañeros. La colocación de espaldas, aunque reprobada por algún crítico como Federico Balart, es certera, pues la ausencia de rasgos individuales resalta el espíritu de unión colectiva de los obreros.

Las dos figuras en el primer término a la izquierda, como pretensión de contrapunto, pero sin proporción con las demás, fueron criticadas cuando se expuso la obra, así como ciertas incorrecciones de dibujo. El colorido en grises trasluce el interés por la captación veraz de la atmósfera del lugar, lo mismo que el vapor, el humo y el fuego, casi la única nota de color vivo. La ejecución, briosa, resalta la energía de la escena.

Aparte de las críticas a la pintura social de Pedro de Madrazo, por la circunstancialidad del motivo, y las de Balart, por su ejecución, el cuadro fue considerado episódico, pero con fuerza, por algunos, pero se estimó mucho por los defensores del naturalismo y por los progresistas, como Francesc Pi i Margall. Además de haberse reproducido en numerosos medios, se publicó posteriormente, invertido, un dibujo, para ilustrar un comentario sobre el Primero de Mayo.

Fuente Museo del Prado

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