Composición triangular que presenta el busto prolongado de la Virgen, cuya intensa expresión refleja un estado anímico angustiado y un profundo sentimiento de dolor, acentuado por la crispada disposición de sus manos. En el rostro, que forma un óvalo alargado, destacan los ojos de cristal y la mirada horizontal, dirigida a un Cristo invisible cuya presencia, sin embargo, se intuye.
Siguiendo la iconografía de la época, característica también de las obras de Mena, la figura lleva manto azul sobre túnica roja, ambos trabajados con gran precisión y finura especialmente en los pliegues de la toca y la túnica que enmarcan la cabeza. Se trata de una escultura concebida para ser contemplada de cerca.
Pedro de Mena es uno de los escultores más interesantes y mejor documentados del barroco andaluz. Formado en el taller de su padre, Alonso de Mena, trabajó después con Bernardo de Mora. En 1658, con treinta años, comienza la sillería de coro en la catedral de Málaga, una obra maestra cuya fama le granjeó numerosos encargo.
En 1662 viajó a Madrid y luego a Toledo, en cuya catedral primada se conserva su famoso San Francisco de Asís. Una característica en Mena es la reiteración de sus imágenes devotas, ya que fue haciendo suyos los modelos que le fueron solicitando con mayor frecuencia. Entre ellos figuraban las tallas de Ecce Homo y Dolorosa, concebidas para colocarse en vitrinas emparejadas. El mejor ejemplo de ese conjunto, fechado en 1673, es el del Convento de las Descalzas Reales de Madrid.
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